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Afición sin límite de tiempo

En la antigua Roma, los combates en el anfiteatro de los Flavios se
anunciaban con pintas en las casas y tumbas, en la calle de Perú, en el
Centro Histórico, las carteleras tapizan las paredes desde dos edificios
antes de la Arena Coliseo y los asistentes hacen fila a las afueras del
recinto como hace 20 siglos, expectantes y animados, ahora entre
máscaras y selfies.
Para Aristoteles, uno de los principales elementos de la tragedia griega era
la catarsis que esta ofrecía al público, la audiencia proyectaba sus más
bajas pasiones sin miedo a sufrir sus consecuencias en tres actos. Hoy, la
catarsis se compra desde 40 pesos, acompañada de palomitas y “chelas”
de a 80 se experimenta en tres caídas.
La afición se adueña del espectáculo, se levanta de sus asientos para gritar
llenos de reproche: “¡montoneros!”, silba de encanto y como ofensa, y
bautiza a las llaves ejecutadas en la lona como mejor le place y le
complace: “el waltz” y “la quebradita” hacen su musical aparición entre
Fuego y Olímpico, en la lucha especial de tercias.
Aquí nadie se salva de los silbidos y piropos sonrojosos, cuerpos
esculturales, tanto femeninos como masculinos, son devorados como el
delicioso dulce post plato fuerte. El despliegue de fuerza y de Doríforos en
vida convierten a la arena en galería y a su público en devotos de la belleza
dinámica.
De piel morena, los gladiadores desfilan la rampa que los separa del
anonimato y la gloria con paso firme, envueltos en lentejuela, terciopelo y
disfraces a la medida, Soberano, Astral, Dragón rojo y El sagrado saludan
a sus aficionados, abrazan a los niños incondicionales en máscara y capa
y no se olvidan de la mentada de madre para los del bando contrario.

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