FISGONEO CULTURAL
Afición sin límite de tiempo
Foto y texto por Carolina Pérez Trinidad
En la antigua Roma, los combates en el anfiteatro de los Flavios se anunciaban con pintas en las casas y tumbas; en la calle de Perú, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, las carteleras tapizan las paredes desde dos edificios antes de la Arena Coliseo y los asistentes hacen fila a las afueras del recinto como hace 20 siglos, expectantes y animados, ahora entre máscaras y selfies.
Para Aristoteles, uno de los principales elementos de la tragedia griega era la catarsis que esta ofrecía al público. Hoy, la catarsis se compra desde 40 pesos, acompañada de palomitas y “chelas” de a 80.
La afición se adueña del espectáculo, se levanta de sus asientos para gritar llenos de reproche: “¡montoneros!”, hace gala de las distintas melodías y significados del silbido y bautiza a las llaves ejecutadas en la lona como mejor le place y le complace: “el waltz” y “la quebradita” son algunas de tantas.
Aquí nadie se salva de los silbidos y piropos sonrojosos, cuerpos esculturales, tanto femeninos como masculinos, son devorados como el delicioso postre de un banquete en tres tiempos. El despliegue de fuerza y de Doríforos en vida convierten a la arena en galería y a su público en espectadores de la belleza dinámica.
De piel morena, los gladiadores desfilan la rampa que los separa del anonimato y la gloria con paso firme, envueltos en lentejuela, terciopelo y disfraces a la medida. Saludan a sus aficionados, abrazan a los niños incondicionales en máscara y capa y no se olvidan de la mentada de madre para los del bando contrario.
Después de tres caídas de llaves, técnica, esfuerzo y amor por el oficio, la audiencia le agradece los gladiadores no sólo con vítores, sino lanzando monedas al ring como pago por uno de los mejores espectáculos de la noche.
Rudos y técnicos –y uno que otro neutral que más bien no sabe mucho del asunto-, los veteranos, los primerizos y los que se encuentran en proceso de adquisición de la afición familiar; coinciden todos en Perú 77. Amalgamados por la pasión que los lleva desde Tlalpan, La Condesa, Monterrey, Baja California e incluso China, a una parada obligada en el viaje a la Ciudad de México.
En el cuadrilátero, el deporte y la teatralidad se vuelven una y en las butacas, una pareja comparte la adrenalina y se funde en el medio de una multitud ovacionante, catartica, librando una lucha íntima y acalorada de aliento y labios que se baten.
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