FISGONEO CULTURAL
La ciudad de los valientes
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Por Ingrid Génesis Manzanares
“La Ciudad de México es el lugar de los valientes”. Leí mientras hojeaba el periódico. ¿Valientes? Quizás se equivocan al englobar a los más de ocho millones de habitantes. En realidad yo la definiría por sus aromas, texturas, sonidos. La Ciudad de México huele a la sangre de los caídos en la Plaza de las Tres Culturas, al café matutino calentándose en la estufa, a la tierra mojada de Río Churubusco. Sabe a los tacos de pastor donde cada noche de pago gasto mi quincena. Se siente como las manos de los trabajadores que laboran horas extras aunque el cansancio los invada. Se observa como el ángel que resplandece en los cielos, como la torre más grande de la República y como el palacio más bello de las artes. Se escucha como el sonido de los vendedores de pan, gas o fierros viejos.
Hoy, después de haberme enterado de los acontecimientos del fin de semana, he decidido tomarme el día libre, hace mucho que no lo hago y creo que me vendría bien un descanso. De inmediato tomo el celular para enterarme cuáles son los sitios más visitados en la ciudad, sin embargo el sólo hecho de pensar en el tráfico infernal que me espera deshace cualquier espíritu de viajero urbano. Los museos son la estancia que alberga a los estudiantes, las plazas a los buscadores de ofertas, el cine a los enamorados, el parque a los niños y las calles a los que necesitan un respiro como yo.
La Ciudad de México no deja de sorprenderme, en la mañana el frío es semejante al del polo norte, en la tarde sale el sol y en la noche… depende del humor del clima. Las diferentes temperaturas para un mismo día, me hacen tener en el guardarropa todas las estaciones: abrigos para el amanecer, blusas de tirantes para el medio día y uno que otro pants por si las dudas.
En un sitio donde lo único certero es la fecha y la hora, hay que estar preparada para el porvenir. Zapatos cómodos para los trayectos largos, cambio en mano para los ambulantes o saca dinero, la escudería de empujones y pisotones del público desesperado, el celular resguardado con candado por si alguien intenta sacarlo en un momento de confluencia, el gas pimienta para los ladrones y dosis extras de energía porque en “la ciudad de los valientes” hay que tener agallas.
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El viaje a Madero en 12 estaciones
Cuando finalmente decido dónde dirigirme, la línea dos del sistema de transporte colectivo me esperaba con las puertas abiertas. Llegar al zócalo de la Ciudad de México es una travesía a la que he titulado “La vuelta al mundo” pues para los que vivimos en el sur tenemos que recorrer 12 estaciones, aproximadamente 45 minutos, para llegar al destino planteado. La imagen del águila parada sobre un nopal devorando una serpiente, representa la legendaria historia del pueblo mexica que ha sido utilizada como símbolo nacional. Me pregunto si todos sabrán el significado o sólo la identifican porque la han visto en la bandera con los colores verde, blanco y rojo.
El pisar la Plaza de la Constitución, no es un hecho al que pueda restarle importancia. Siempre he creído que pese a su ocupación por actividades promovidas por el gobierno, está rodeada por espacios increíbles: la Catedral, el Palacio Nacional, los edificios de la época porfirista y sus emblemáticas calles. Sí, he venido desde las tierras lejanas de Santo Domingo a recorrer la avenida Francisco I. Madero, aquella que conecta la Torre Latinoamericana, el Palacio de Bellas Artes y el Palacio Postal con la bandera que ondea a lo alto en la plancha.
En el primer barrote de la esquina está colocada una insignia con la leyenda “Avenida Fco. I. Madero”, justo en los edificios construidos cuando Porfirio Díaz era presidente. El color metálico y los adornos afrancesados me dan la bienvenida, me invitan a quedarme, me saludan con los mismos ojos con los que alguna vez vieron a los plateros instalarse, a dar inicio a la práctica comerciante que continúa vigente. Aquellos hombres destinados a vender joyería son hoy sujetos que me invitan a probar comida corrida, a comprarme unos lentes o a hacerme un tatuaje.
La calle Plateros, quedó en el olvido cuando una orden religiosa instauró el templo de San Francisco en el extremo poniente. Más tarde, bajo el nombre de San Francisco recibió al Ejército Trigarante, a Benito Juárez y a Venustiano Carranza. Pero no fue hasta que una tarde de 1914, Francisco Villa entró a la ciudad con sus camaradas, tomó una escalera y la bautizó como la conocemos: Francisco I. Madero, esto tras conmemorar el fallecimiento del que inició la revolución.
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El vínculo entre la Plaza de la Constitución y la Torre Latinoamericana
A kilómetros observo letreros que anuncian ópticas, centros joyeros, tiendas de ropa, zapatos, lugares de comida rápida, museos, bares, un sinfín de distracciones que convergen en públicos igualmente distintos. Hipsters, fresas, intelectuales, frikies, se dan lugar a diferentes horas para pasar un buen rato. Yo, en cambio, decido enfrentarme a la peatonalización.
El ir y venir me remonta a la dinámica automovilística: no pierda de vista el frente; pásese quien pueda; deténgase al ver el rojo en los semáforos; corra antes de que el otro avance; esquive al de alado y al de enfrente; grite si el otro se interpone en su camino; mantenga manos y pies en un espacio considerable ya que de no hacerlo golpeará o será golpeado; ceda el paso a los ancianos; mantenga una velocidad media; está siendo vigilado por policías; contrate un seguro de vida porque en situaciones de conciertos o marchas puede perderlo todo.
En la calle Francisco I. Madero conocí a Carlos Monsiváis, me mostró las fotografías, pinturas, dibujos y caricaturas de Teodoro Torres, Susana Navarro, Roberto Ruíz, Teresa Nava. Me platicó su larga búsqueda en bazares, mercados y librerías de viejo para edificar en la esquina con Isabel la Católica, en el número 206, el Museo del Estanquillo. Y es que no es necesario tener a Monsiváis en cuerpo presente para darte cuenta que la esencia del escritor de Los rituales del caos persiste.
--¿De dónde viene esa música?-- Me pregunto al escuchar mi canción favorita.
Arriba, en un edificio de aproximadamente tres pisos, parece haber un ambiente agradable. Recuerdo entonces que la última fiesta a la que acudí tuvo lugar en ese sitio: “Terraza Madero". Justo al pasar y ver las escaleras eléctricas que conducen a los bares de la perdición descienden un grupo de jóvenes, quizás de mi edad, embriagados por cubetas de cerveza.
El reloj marca las seis y media de la tarde, estoy sentada frente al árbol de la tienda Forever 21. Hombres y mujeres entran y salen con grandes bolsas color amarillo. La empresa, de origen estadounidense, no es la única que ha llegado a México a imponer su legado estilístico. En la misma calle compiten Zara, Pull and Bear, Shasa, cuyo común denominador es el público al que tienen acceso: sectores medios y altos.
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El ambiente sereno, el viento sobre mis mejillas, los últimos rayos solares, la fuga armónica de amarillos y anaranjados me indican que ha llegado el momento de partir. El caminar por un boulevar recto, carente de baches, con cuadrados color carne y detalles grises acompañan mi andar mientras observo el piso. Antes de llegar a la estación del metro Bellas Artes me encuentro con la liga de superhéroes, con estatuas vivientes de la revolución, mimos, ilusionistas, todos ellos increíbles por las actividades que realizan. Entonces me pregunto ¿cómo permanecer inmóvil durante 20 minutos? ¿cómo lograr levantar la mesa sin ayuda? Si bien las apariencias son tentadoras, el tomarme una fotografía tiene un costo, el cual me entero cuando estoy a punto de apretar el botón para una selfie.
Madero es la porción de la Ciudad de México que la representa. Sus habitantes suelen tener un ritmo acelerado, platican, gritan, se emocionan pero nunca se cansan. Saben que del otro lado de la calle los estará esperando el Palacio Nacional o Bellas Artes. Añoran el fin de semana porque aprovechan para comprarse unas “garritas”, un helado, una torta, sus lentes o el anillo que tanto han deseado. Ahora entiendo la nota informativa de la mañana: “la Ciudad de México es el lugar de los valientes”, el lugar donde los superhéroes son los que resisten largas horas parados o sentados, bajo el sol o la lluvia hasta conseguir el dinero de la semana. Es el lugar de las prácticas comerciantes, de gritar, ofrecer y ser rechazado. Es la diversión y la alegría de una tarde de copas. Son sus museos, comidas, distracciones, pero sobretodo las vivencias que le esperan por narrar.
Con motivo del 30 Aniversario de la Declaratoria del Centro Histórico como Patrimonio Cultural, se colocó la exposición "Retratos de lo público" frente al Templo Mayor hasta el 31 de diciembre. Es una recopilación fotográfica de plazas, parques, calles y jardines para representarlos como un espacio donde se llevan a cabo desfiles, conciertos, manifestaciones políticas, actividades culturales que conllevan a una socialización.